Los críticos machacan a Lana del Rey: esto dicen de su nuevo disco
Los mismos medios que la alzaron ahora pisotean el fenómeno. ¿Los argumentos en contra de 'Born to die'? Las nuevas canciones no convencen y el mensaje se transforma en algo materialista y vacío. Por Rolling Stone

- The New York Times: “Born to die no resuelve los problemas de la Sra. del Rey, porque ella misma no tiene conocimiento de ellos. Probablemente la Sra. Del Rey (25) lo puede hacer mejor o, al menos, diferente. Antes, bajo el nombre de Lizzy Grant, publicó otro disco que era bastante más ágil que Born to die. En su nuevo álbum las canciones de cuatro minutos parecen que duran siete u ocho años. Por no hablar de la languidez de la Sra. Del Rey, que llega a la palidez. Escuchar este disco produce el mismo efecto que su actuación en el Saturday Night Live, en la que parecía una niña cantando las canciones favoritas de su abuela, y vistiendo también su ropa. […] Lana del Rey es un fraude, empezando por su nombre falso. […] La única opción real es que se lave su cara pintada, se cambie el pelo y vuelva a intentarlo dentro de unos años. Total, hay muchos nombres por ahí para elegir.
- Stereogum: “Born to die es malo. Es realmente malo. A pesar de que Video games, Blue jeans y Born to die, sus primero temas, no lo predecían en absoluto. El resto de los temas siguen combinando dosis de sexo y arrepentimiento, pero lo hacen con la misma sutileza que si te golpearan bloques de hormigón en la cara. La mayoría de la canciones son espantosamente malas. Ya no hay gancho. Los ritmos electrónicos parecen muy baratos, pero muy caros a la vez. […] Parece que los supervisores de Interscope [su discográfica] han tratado de recrear Viedeo games y Blue jeans una y otra vez, sin llegar a averiguar que es lo que hizo que esas canciones fueran tan convincentes.
- Pitchfork: Es difícil encontrar alguna canción en la que Lana del Rey se revele a sí misma como algo más complejo que un objeto con un cono de galleta y una bola helada para chuparse los dedos del deseo masculino. Una de las frases de Blue jeans: I will love you till the end of time / I would wait a million years (Te amaré hasta el final de los días/Esperaría un millón de años), resume el 65% del contenido lírico del álbum. En los términos americanos de grandeza y fijación por los sueños vacíos, Born to die intentaba presentar a Del Rey como una fantasía oscura, hermosa y retorcida, pero no hay chispa. No acaba de explotar nunca la mezcla entre tensión y complejidad, y la salvaje sexualidad femenina acaba transformándose en algo manso. Y todos esos arrullos sobre amor y devoción convierten este disco en una especie de orgasmo fingido… una colección de canciones de amor sin fuego.
- UK Independent: Lana del Rey ha sido universalmente considerada la salvadora del pop moderno, la nueva sensación que todos estábamos esperando. Pero lo que parecía interesante y atractivo cuando el primer single, Video games, llegó ahora resulta si no irritante sí moralmente objetable. No me malinterpreten: Born to die ha sido forjado hábilmente, sus piezas son fruto de un trabajo muy bien calculado, en el que la cantante nunca se sale de su papel. Pero es su naturaleza triste, sombría y deprimente lo que resulta ofensivo para algunos. Es como si la persona alienada de Video games se expandiera a lo largo del disco en algo sin encanto, una muñeca sexual que se autohumilla y se desliza hacia un mundo materialista y vacío.
- El Mundo: Lo que no mola de Lana del Rey es el disco. Mejor dicho: Parte de él. Sus formas. Su trampa. El comienzo, con los singles en cadena, es deslumbrante, son canciones imposibles de borrarse de la cabeza, el equivalente en el sonwriting lounge a la alta costura. Pero en Diet mountain dew la cosa se sale del guión, parece Lily Allen, y en National Anthem está entre Yo Landi Visser cuando se pone tierna (hablamos de la skinhead de Die Antwoord) y Mile Cyrus. Dark Paradise podría pertenecer a Rihanna. […] Pero es un espejismo: No es Lynch todo lo que reluce.
¿Por qué todos critican a Lana del Rey?
Antes de que saliera a la luz su primer disco, 'Born to die', la cantante estadounidense de 25 años actuó en el programa 'Saturday Night Live' sin demasiado éxito y pasó de ser la nueva promesa del pop independiente americano a convertirse 'en todo un fraude'
Lana del Rey no deja indiferente a nadie. A sus 25 años, esta cantante neoyorquina ha conseguido despertar la misma admiración que estupor entre el público con su primer disco, Born to die (Nacida para morir). Sin embargo, la crítica parece unánime cuando habla de ella. “Lana del Rey es un fraude”, escribió The New York Time. Y es que la cantante comenzó a recibir las primeras críticas minutos después de su actuación en el programa Saturday Night Live. “Parecía una niña cantando las canciones favoritas de su abuela, y vistiendo también su ropa. […] Lana del Rey es un fraude, empezando por su nombre falso. […] La única opción real es que se lave su cara pintada, se cambie el pelo y vuelva a intentarlo dentro de unos años. Total, hay muchos nombres por ahí para elegir”, rezaba el rotativo.
Pero The New York Time no fue el único medio que analizó la actuación de Lana del Rey en el programa. UK Independent criticó “su naturaleza triste, sombría y deprimente” y redujo su personaje a “algo sin encanto, una muñeca sexual que se humilla y se desliza hacia un mundo materialista y vacío”.
Con este panorama, no es de extrañar que Lana del Rey se replanteara su carrera profesional y pensara bajarse de los escenarios. Pero superado el 'mal trago', ha reconocido en una entrevista reciente que se sintió muy bien durante su actuación en Saturday Night Live y que “estaba muy guapa”. "Hay críticas sobre todo lo que hago. No es algo nuevo. En cuanto salgo a la calle, la gente tiene algo que decir sobre ello. […] No habría importado que hubiera estado completamente excelente”.
Lana del Rey, que en realidad se llama Elizabeth Woolridge Grant, Lizzy Grant para los amigos, ha anunciado que aunque su carrera musical acaba de despegar no cree que haga otro disco. “¿Qué diría? Siento que todo lo que quería decir, ya lo he dicho. Todo lo que quiero, lo tengo. Dinero, notoriedad. Incluso, creo que encontré a Dios… en los flashes de las cámaras”. Seguro que más de uno se alegraría de que así fuera.
A pesar de las críticas, lo que nadie puede rebatirle a Lana del Rey, además de ser la banda sonora de la pasada edición de la Mercedes Benz Fashion Week Madrid, es que su primer single, Video Games, revolucionó YouTube al recibir, en tan solo cuatro meses, más de 16 millones de visitas. "Simplemente subí la canción a Internet porque era mi favorita. Ni siquiera iba a ser un sencillo. Es un tema que significa mucho para mí, me hace llorar cada vez que la canto", explicaba en septiembre a una periodista británica cuando el vídeo, realizado y editado por ella misma, ya era un fenómeno viral.
Lana del Rey: ¿guay o cutre?

La cronología de Lana del Rey va de la siguiente manera: en julio del año pasado no era nadie, pero en agosto comenzó a asomar la patita en internet con una canción, 'Video games', que poco a poco se convirtió en fenómeno viral alimentado por su explosiva imagen, abundante en ombligo y camisa anudada, canalillo, crucifijo y unos labios de silicona como los que se ponen las actrices porno cuando les empieza a colgar todo.
En octubre, Lana –que en realidad se llama Lizzy Grant, criada en las afueras de Nueva York, educada en un internado de adolescente, fugada como una heroína de la 'nouvelle vague' al cumplir los 18 para irse a la gran urbe y triunfar– era la artista de moda en los círculos 'hipsters', editó un single que le sirvió para fichar por la 'major' Universal, y en diciembre, con el anuncio de su primer álbum –'Born to die', a la venta este lunes–, apuntaba a ser la revelación del pop para 2012. Kate Moss era fan; David Cameron, el primer ministro británico, era fan también. Lana del Rey tenía muchos fans, que esperaban con tensión la llegada de una dosis generosa de su música.
El disco, tras una cruenta batalla entre los 'webmasters' de Universal y los 'uploaders' y demás bucaneros de la red –unos subiendo, otros borrando–, finalmente se filtró el miércoles y ya se ha podido escuchar lo que durante semanas había sido un misterio más incierto todavía que la sentencia de Camps. Ahora, en la cronología de Lana Del Rey, su estatus está en un punto intermedio, entre ese amor/odio que le ha venido acompañando desde su primera llamada de atención en la red: algunos fans han respirado aliviados, otros sienten una leve decepción, los más crueles le tachan de 'bluff', afilando la punta del 'backlash' –que es cuando la gente reacciona ante el entusiasmo de los otros con una oleada de odio bien coordinada en redes sociales–, despojada de su condición de artista imprescindible, aunque siga siendo icono moderno. Dicho en otras palabras: se prometía mucho pero no ha convencido de manera unánime. Un rédito, quizá, insuficiente para tanta expectación.
Pero, ¿cómo se ha llegado hasta aquí? El personaje –porque Lana del Rey es una ficción bellamente adornada, vestida de marca– guardaba suficientes luces y sombras como para entusiasmar u obligar a arquear la ceja en gesto de recelo. Es su propia ambigüedad / dualidad la que ha condicionado la curva de esa gran Campana de Gauss que es su cronología. Su apuesta era una moneda al aire que podía salir cara o podía salir. Veamos.
Esos labios al estilo Esther Cañadas son un implante plantado con la única intención de atraer la mirada, y sus poses de 'femme fatale', fumando con estilo y con boquilla como Sarita, también, por no hablar de su peinado de otra época, ondulado como el de Kim Basinger en 'L.A. Confidential', cuando hacía de meretriz 'impersonator' de Veronica Lake. Lana del Rey tiene estilo y eso es lo primero que se necesita para llegar a ser estrella (que no es lo mismo que artista) pop: las canciones pueden ser buenas –y 'Blue jeans', 'Born to die' y 'Video games' lo son–, pero hay que ponerle un lacito al regalo.
En diciembre, Lana del Rey firmó un contrato de representación con la agencia Nextmodels, que le garantiza reportajes en revistas, 'red carpets' y quizá apariciones en películas –es la misma agencia en la que están la 'socialite' británica Alexa Chung y la última chica Bond, Olga Kurylenko–. Como consecuencia de todo eso, se ha metido en el bolsillo a la audiencia gay, siempre ojo avizor a cualquier mujer firme, poderosa y con imagen fuera del canon. Su proyección estaba a medio camino entre Adele –pop 'sofis' con equidistancia entre el gusto adulto y el adolescente– y la Gaga, por su extravagancia en el vestir. Lana del Rey, de hecho, no pertenece a ningún momento concreto del tiempo, es un pastiche bien medido entre lo 'retro' y lo adolescente.
Un ejemplo: en el vídeo de 'Born to die', rodado con altísimo presupuesto, se percibe el quid de Lana del Rey. Rodado en la capilla del Palacio de Fontainebleau, donde vivieron algunos de los reyes de Francia, entre frescos magníficos y flanqueada por dos tigres, ella canta hierática sobre un trono, como una Venus barroca; el resto del clip, que trata sobre un 'amour fou' con resultados catastróficos, nos la muestra en shorts y zapatillas Converse, mostrando jamonazo, amorrándose a un maromo tatuado hasta la epiglotis –el modelo masculino Bradley Soileau–, que al final la carga en brazos, ensangrentada, tras un accidente mortal –con un plano inicial y final en el que ondea la bandera americana al compás de unas cuerdas lujosas–.
Es un vídeo magnético, terrorífico y sexy, pero cuesta quitarse la sensación de que es un editorial de moda animado, como los que salen en las revistas, con las modelos vestidas de Prada paseando por los bosques y mirando a la espesura.
Es cierto que en el pop moderno el productor es la estrella –su disco lo han producido Emile, Justin Parker, Robopop y Braide–, pero en el caso de Lana del Rey se huele demasiado la premeditación y la alevosía. Sus declaraciones –casi siempre a revistas de moda o tendencias– siempre han parecido medidas, robóticas; sus referencias parecen escogidas para atraer la simpatía de todo el mundo –lo dicho: Elvis, Britney, Lynch, Barry, también Nirvana–, y para acabar de arrojar por completo la sombra de la sospecha, en su actuación en 'Saturday Night Live' del pasado 15 de enero parecía ida, fallaba en las letras, como sonámbula o drogada –se retuiteó como un reguero de pólvora un comentario cáustico de Juliette Lewis: "era como ver a una niña de 12 años en su habitación haciendo ver que sabe cantar"–.
Y finalmente, lo que no mola de Lana del Rey es el disco. Mejor dicho: parte de él. Sus formas. Su trampa. El comienzo, con los 'singles' en cadena, es deslumbrante, son canciones imposibles de borrarse de la cabeza, el equivalente en el 'songwriting lounge' a la alta costura –pero en un asequible 'prêt-a-porter' también para modernos, niñas pijas y montadores musicales de anuncios–. Pero en 'Diet Mountain Dew' la cosa se sale del guión, parece Lily Allen, y en 'National Anthem' está entre ¥o-Landi Vi$$er cuando se pone tierna –hablamos de la 'skinhead' de Die Antwoord, a la que casi ficha David Fincher para hacer de Lisbeth Salander en su última película– y una balada de Miley Cyrus.
'Dark Paradise' podría pertenecer a Rihanna y 'Radio' recuerda (lo de recordar es un decir, nadie se acuerda de ella) a Martika, aquella protegida de Prince. Por no hablar del inexplicable giro al vodevil en 'Carmen', o 'Lolita' en la edición especial, que parece hecha para Britney o Gwen Steffani, canción calientabraguetas donde las haya. También en la edición especial se escucha el baladón 'Lucky ones', a la altura de 'Video games' pero con más pompa. Pero es un espejismo: no es Lynch todo lo que reluce.
Quizá la clave de todo esté en su historia personal. Recordemos: la niña monísima y maltratada que se va a la gran ciudad a triunfar, que supera dificultades y zancadillas para acabar en la cumbre, aunque finalmente desahuciada por quienes habían esperado más de ella. Qué, ¿les va sonando, no? Es la historia de Nomi Malone, la protagonista de 'Showgirls', esa película tachada de vacua, con su promesa de sexo voltaico que se quedó en un par de pezones, pero hoy apreciada como la "mejor peor película" de todos los tiempos.
Lana del Rey también vende sexo –decía Dylan Ettinger, 'enfant terrible' del pop electrónico americano: "a los tíos les gusta Lana del Rey porque sus labios les hacen pensar en una mamada"–, pero luego da otra cosa. Lana del Rey aspira a lo guay, pero parece estar quedándose en 'camp' con un futuro como referente 'kitsch', cutre. Esa podría ser su venganza. O puede sacar otro disco –sería ya el tercero– y comprobar, callando bocas, si es cierto aquello de que a la tercera va la vencida.
En octubre, Lana –que en realidad se llama Lizzy Grant, criada en las afueras de Nueva York, educada en un internado de adolescente, fugada como una heroína de la 'nouvelle vague' al cumplir los 18 para irse a la gran urbe y triunfar– era la artista de moda en los círculos 'hipsters', editó un single que le sirvió para fichar por la 'major' Universal, y en diciembre, con el anuncio de su primer álbum –'Born to die', a la venta este lunes–, apuntaba a ser la revelación del pop para 2012. Kate Moss era fan; David Cameron, el primer ministro británico, era fan también. Lana del Rey tenía muchos fans, que esperaban con tensión la llegada de una dosis generosa de su música.
El disco, tras una cruenta batalla entre los 'webmasters' de Universal y los 'uploaders' y demás bucaneros de la red –unos subiendo, otros borrando–, finalmente se filtró el miércoles y ya se ha podido escuchar lo que durante semanas había sido un misterio más incierto todavía que la sentencia de Camps. Ahora, en la cronología de Lana Del Rey, su estatus está en un punto intermedio, entre ese amor/odio que le ha venido acompañando desde su primera llamada de atención en la red: algunos fans han respirado aliviados, otros sienten una leve decepción, los más crueles le tachan de 'bluff', afilando la punta del 'backlash' –que es cuando la gente reacciona ante el entusiasmo de los otros con una oleada de odio bien coordinada en redes sociales–, despojada de su condición de artista imprescindible, aunque siga siendo icono moderno. Dicho en otras palabras: se prometía mucho pero no ha convencido de manera unánime. Un rédito, quizá, insuficiente para tanta expectación.
Pero, ¿cómo se ha llegado hasta aquí? El personaje –porque Lana del Rey es una ficción bellamente adornada, vestida de marca– guardaba suficientes luces y sombras como para entusiasmar u obligar a arquear la ceja en gesto de recelo. Es su propia ambigüedad / dualidad la que ha condicionado la curva de esa gran Campana de Gauss que es su cronología. Su apuesta era una moneda al aire que podía salir cara o podía salir. Veamos.
Lo que mola de Lana del Rey
Si no le vemos la cara y la figura de Barbie, si nos abstraemos de sus morros de goma y sólo escuchamos las canciones, nos entra reptante una voz que ronronea como una gata, que dibuja melodías en grácil cascada envueltas en sonidos vaporosos, guitarras hipnóticas y ritmos electrónicos. Resuenan ecos del pasado –de las baladas de los 60, básicamente: ella dice que su ídolo es Elvis, se autodefine como "la Nancy Sinatra gangsta"–, pero con un halo moderno: a la vez que fan de Elvis lo es de Britney Spears y quiere trabajar con productores hip hop. Cuando además de la voz asoma la silueta, la cosa cambia. Ella, que entiende que sus canciones tienen que hacerse en un estudio de grabación, bien vestidas con los sonidos correctos, parece también un producto elaborado y diseñado con esmero, bien teñida de rubio y bien maquillada, luciendo sus 25 años con frescura.En diciembre, Lana del Rey firmó un contrato de representación con la agencia Nextmodels, que le garantiza reportajes en revistas, 'red carpets' y quizá apariciones en películas –es la misma agencia en la que están la 'socialite' británica Alexa Chung y la última chica Bond, Olga Kurylenko–. Como consecuencia de todo eso, se ha metido en el bolsillo a la audiencia gay, siempre ojo avizor a cualquier mujer firme, poderosa y con imagen fuera del canon. Su proyección estaba a medio camino entre Adele –pop 'sofis' con equidistancia entre el gusto adulto y el adolescente– y la Gaga, por su extravagancia en el vestir. Lana del Rey, de hecho, no pertenece a ningún momento concreto del tiempo, es un pastiche bien medido entre lo 'retro' y lo adolescente.
Un ejemplo: en el vídeo de 'Born to die', rodado con altísimo presupuesto, se percibe el quid de Lana del Rey. Rodado en la capilla del Palacio de Fontainebleau, donde vivieron algunos de los reyes de Francia, entre frescos magníficos y flanqueada por dos tigres, ella canta hierática sobre un trono, como una Venus barroca; el resto del clip, que trata sobre un 'amour fou' con resultados catastróficos, nos la muestra en shorts y zapatillas Converse, mostrando jamonazo, amorrándose a un maromo tatuado hasta la epiglotis –el modelo masculino Bradley Soileau–, que al final la carga en brazos, ensangrentada, tras un accidente mortal –con un plano inicial y final en el que ondea la bandera americana al compás de unas cuerdas lujosas–.
Lo que no mola de Lana del Rey
Es esa sensación de artificialidad lo que ha alimentado los recelos de sus 'haters'. Es cierto que Lana del Rey lo pone fácil, porque nunca se ha ocultado el dirigismo de toda esta campaña. De hecho, 'Born to die' no es el primer disco de Lana del Rey. Publicó otro en 2010, con su nombre verdadero, Lizzy Grant, que no fue a ninguna parte y que ella misma se encargó de retirar de la circulación –hay quien opina que por vergüenza y hay quien sospecha que como parte de toda esta estrategia de promoción 2.0–. Sus argumentos consisten en que no eran las canciones que quería –su sueño es una mezcla entre John Barry y Portishead con vistas a sonar en una película de David Lynch– y que el segundo intento debía contar como el primero.Es cierto que en el pop moderno el productor es la estrella –su disco lo han producido Emile, Justin Parker, Robopop y Braide–, pero en el caso de Lana del Rey se huele demasiado la premeditación y la alevosía. Sus declaraciones –casi siempre a revistas de moda o tendencias– siempre han parecido medidas, robóticas; sus referencias parecen escogidas para atraer la simpatía de todo el mundo –lo dicho: Elvis, Britney, Lynch, Barry, también Nirvana–, y para acabar de arrojar por completo la sombra de la sospecha, en su actuación en 'Saturday Night Live' del pasado 15 de enero parecía ida, fallaba en las letras, como sonámbula o drogada –se retuiteó como un reguero de pólvora un comentario cáustico de Juliette Lewis: "era como ver a una niña de 12 años en su habitación haciendo ver que sabe cantar"–.
'Dark Paradise' podría pertenecer a Rihanna y 'Radio' recuerda (lo de recordar es un decir, nadie se acuerda de ella) a Martika, aquella protegida de Prince. Por no hablar del inexplicable giro al vodevil en 'Carmen', o 'Lolita' en la edición especial, que parece hecha para Britney o Gwen Steffani, canción calientabraguetas donde las haya. También en la edición especial se escucha el baladón 'Lucky ones', a la altura de 'Video games' pero con más pompa. Pero es un espejismo: no es Lynch todo lo que reluce.
El futuro de Lana del Rey
En el 'New York Times' ya le han enterrado de por vida, pero muchas críticas recién publicadas cierran filas con Lana del Rey, defienden su valentía y sus aciertos. La división de opiniones –apriorísticas todas– que ya existía puede ensancharse más que la falla de San Andrés: se ha abierto la veda para crucificarla, con el argumento –comprensible– de que el penúltimo fenómeno de internet que ha intentado dar gato por liebre, pero el disco, a medida que se escucha, y a pesar de sus errores (más de concepto que de ejecución), va mejorando poco a poco, amenazando con ser un 'grower'.Quizá la clave de todo esté en su historia personal. Recordemos: la niña monísima y maltratada que se va a la gran ciudad a triunfar, que supera dificultades y zancadillas para acabar en la cumbre, aunque finalmente desahuciada por quienes habían esperado más de ella. Qué, ¿les va sonando, no? Es la historia de Nomi Malone, la protagonista de 'Showgirls', esa película tachada de vacua, con su promesa de sexo voltaico que se quedó en un par de pezones, pero hoy apreciada como la "mejor peor película" de todos los tiempos.
Lana del Rey también vende sexo –decía Dylan Ettinger, 'enfant terrible' del pop electrónico americano: "a los tíos les gusta Lana del Rey porque sus labios les hacen pensar en una mamada"–, pero luego da otra cosa. Lana del Rey aspira a lo guay, pero parece estar quedándose en 'camp' con un futuro como referente 'kitsch', cutre. Esa podría ser su venganza. O puede sacar otro disco –sería ya el tercero– y comprobar, callando bocas, si es cierto aquello de que a la tercera va la vencida.
A mi personalmente no me gusta, noto que no disfruta nada siendo cantante.Parace una replicante un robot de Blade Runner, le da lo mismo que la critiquen. No tiene mucha vocación ni ganas de ser una de las mejores. Como cantante prefiero no hablar, hasta Alaska canta mejor que ella. Una pena parece una muerta viviente. Lana resucita o vuelve a ser una modelo fría y sosa.
ResponderEliminar